Javier Lara y Fernando Delgado-Hierro: «Scratch es un viaje onírico, brutal e inesperado».

José Antonio Alba

Hace dos años el Festival Frinje programó Scratch, una producción de la compañía Grumelot que dejó ‘tocado’ a quien llegó a verla, pero que las circunstancias teatrales de aquel momento parecía que acabarían condenándola al limbo de los proyectos olvidados. Sin embargo, el empeño de Javier Lara y Fernando Delgado-Hierro, los dos actores que dan vida a la función, ha hecho que Scratch tenga una segunda vida desde Nave 73.

Scratch es un proyecto personal que ahonda en las relaciones familiares a través de un mar de delirios y ensoñaciones, que escoge como personaje principal una persona real, el hermano del propio Javier Lara, y una situación absolutamente catártica, un apuñalamiento del que incluso hay grabaciones colgadas en internet, para bucear por lugares que transitan entre la vida y la muerte, que hablan del paso a la madurez personal y que juega, y experimenta, con lenguajes escénicos para dibujar instantes de la vida por los que todos, de una manera u otra, nos identificaremos.

Después de ver la función, no nos pudimos resistir a quedar con Javier y Fernando para conocer más a fondo la historia, los referentes y la manera que tuvo Scratch para crearse y poder contároslo.

Teatro Madrid.- ¿De dónde surge la necesidad de crear Scratch?

Javier Lara.- Hice un espectáculo que se llamaba Mi pasado en B, que era básicamente la historia de un padre que luchaba por una herencia que nunca conseguiría y cómo su empecinamiento supuso la ruptura de una familia. En esa familia, el hermano pequeño quería hablar, pero nunca tenía voz. Scratch sale de la necesidad de dar voz a ese personaje. Eso como primer impulso. Luego Scratch ha encontrado otras necesidades, de otros muchos sitios.

TM.- ¿Cómo cuáles?

JL.- Una de las cosas importantes de este espectáculo es hacer las paces con mi adolescencia. Hay algo que está ahí, de mis miedos como adolescente, hacia mi hermano como adolescente, a los que ahora me he enfrentado y les veo la cara. Aun ahora hay cosas de la adolescencia que siguen ahí latentes. A mí me emociona más pensar sobre mi adolescencia que sobre mi infancia, debí vivirla más violentamente. Empiezas a estar solo en el mundo… Deberían educarnos para dar el paso sin sentirnos huérfanos. No es un salto natural, ahí hay un abismo.

TM.- El desaparecido Festival Frinje fue el lugar donde nació Scratch, pero han tenido que pasar dos años para poder verla en la cartelera, ¿cuáles han sido los motivos por los que ha tenido que pasar tanto tiempo hasta volver a verla en escena?

Fernando Delgado-Hierro.- Supuestamente estuvimos esperando una posibilidad que hubo, pero…

JL.- Tuvimos una especie de beca de producción del Festival Frinje. Era un dinero público que obviamente querían rentabilizar y que tuviera un recorrido más amplio que el festival. Tuvimos una seudo-propuesta para exhibirla en la sala pequeña del Teatro Español, pero fue justo cuando todo el cambio, la marejada de Madrid Destino, y se cambiaron todos los planes.

TM.- Y el tiempo hace estragos, ¿no?

JL.-Tenía la intención de volver a hacerla, pero empezamos a trabajar en otros sitios. Iba pasando el tiempo y nos daba mucha pena no hacerlo; es un trabajo que nos costó mucho esfuerzo y del cual estamos muy satisfechos, buscábamos cuál era el marco para ejercerlo y nos lo inventamos, no existía, pero nos lo inventamos.

TM.- Y entonces apareció Nave 73

JL.- Sí, dijimos: “¿Qué días tenemos?” “Los miércoles” “¿Dónde crees que podemos tener más confianza para que el trabajo sea más familiar y que les podamos proponer esto y que lo acepten?” “En Nave 73” Y nada más decírselo nos dijeron que sí, y aquí estamos.

TM.- Hace un tiempo por redes comentabas que no sabías si retomarlo, ¿no?

JL.- Al retomarlo eres otra persona, entonces hay cosas que no te casan, revisas la totalidad del espectáculo, tienes una lectura más profunda, no sabes cómo encajar la piezas otra vez para que la historia sea todo lo profunda que se merece. En ese proceso hay un poco de pelea y ahí estaba, en plena pelea, pero luego tuvimos un ensayo maravilloso y se me quitaron todos los miedos.

FDH.- Las crisis son buenas para poder ver qué había ahí debajo, que el hábito no se coma las posibilidades.

JL.- Las crisis son inevitables, el tema está en cómo las gestionas. Si te acojonas te pierdes la posibilidad de reencontrarte con la función. Tú tienes una novela y luego ya no la puedes reescribir, pero el teatro cada día puedes ir cambiándolo. La función está viva, es lo bueno del teatro.

TM.- ¿Ha cambiado en algo el montaje de entonces al que ahora podemos ver en Nave 73?

JL.- Para mí sí. Allí teníamos un espacio enorme, muchos recursos para darle forma al espectáculo y eso estaba genial, pero eso hacía que no se llegaran a gobernar ciertas cosas que suceden y que para mí son las que realmente cuentan la función; y lo que en Nave 73 suponía una falta de recursos, se ha convertido en una virtud porque ha desnudado un poco todo para ayudarnos a encontrar más intimidad, la esencia de lo que habla la función. Más conexión entre nosotros, con el público; más necesidad de las personas y menos de los ruidos y de las luces.

FDH.- Lo que tiene de bueno el retomar la función después de dos años es que uno crece y la función, que estaba ahí como una semilla, crece también y te encuentras retomando, en presente, algo que ha ido desarrollándose dentro de uno. Reencontrarse con la función ha sido muy interesante porque ahora estamos en un sitio más profundo, más tranquilo, más calmado y el montaje se ha nutrido de eso. Mirar qué es lo que nos interesa ahora y ver, con perspectiva, qué era lo fundamental y qué lo superfluo.

JL.- Digamos que el discurso se ha afinado. Por un lado está el personaje de Antonio Carlos, que es el que hace Fernando, por otro están todos los personajes que resuenan en los recuerdos de él, que le apoyan y que le piden que despierte; y por otro está el discurso narrativo de las imágenes, del sobretítulo, que es un discurso omnisciente, de un narrador que está por encima de la obra, que se dirige al público y que se relaciona con él. Ese discurso se ha afinado mucho. Antes no entenderías de dónde sale cada cosa y ahora te cogen de la mano y te llevan. Bueno, ¡y que ahora somos mejores actores! (Risas)

TM.- ¿Cómo fue el proceso de hallar la puesta en escena de Scratch?

FDH.- Fue algo fuera de lo común porque comenzamos a trabajar los dos solos durante un mes ¡Sin director! Autodirigiéndonos. Y eso es muy arriesgado, estás en un sitio de mucha incertidumbre, de mucho miedo, no tienes a nadie, ninguna referencia externa que te diga que lo estás haciendo bien o mal, nadie que te tranquilice; no sabes muy bien dónde estás, pero a la vez es muy interesante porque no impone una mirada definitiva sobre nada. Lo que hicimos en ese tiempo fue muy intenso, muy deslavazado. Había muchas posibilidades abiertas. Exploramos mil formas de hacerlo, entonces, a tres semanas de estrenar, llegaron los directores: Carlos Aladro, Iñigo Rodríguez-Claro y Carlota Gaviño.

TM.- ¿Cómo fue su trabajo sobre lo ya creado?

JL.- Es curioso, ellos recibieron el caos absoluto y cada uno encontró su lugar. Carlota fue la directora más humana, más espiritual, la directora de actores, la que comprende más la humanidad de los personajes. Iñigo se ocupó de darle forma técnica al caos, al espacio, ordenando dónde iba cada cosa, haciendo una dramaturgia de lo “dramaturgizado” y Carlos lo que hacía era dar la última aprobación, con una lectura más por encima, afinando y uniendo los trabajos de Carlota e Íñigo.

FDH.- Y la presión del estreno hizo que todos encontráramos instintivamente el rol necesario para que eso llegara a buen puerto.

TM.- Y la lista de agradecimientos es larga…

FDH.- En el proceso de ensayos invitamos a gente, a amigos como Fernanda Orazi, Jota (José Juan Rodríguez), Mikele Urroz o José Padilla, que vinieron a ver ensayos y no solo a ver, si no a trabajar con nosotros.

JL.- Cada uno en calidad de lo que es. Mikele Urroz trabajó directamente como actriz, ella se metió e improvisamos cosas. Fernanda Orazi nos dio otras posibilidades, o posibles posibilidades, de afrontar, abordar el texto como coach de actores. Padilla nos comentó las posibles dramaturgias del orden de escenas. Jota nos ayudó con el cuerpo… Así que cada uno aportó su grano de arena.

TM.- Habladme de todos esos universos que aparecen en Scratch.

JL.- Cuando comencé a escribir sobre mi hermano, todo en base al momento de las puñaladas, que es un elemento real, empecé a investigar, le hice una entrevista de dos o tres horas, me dio un montón de datos sobre su vida en Londres y empecé a recordar cómo era él de pequeño. Conforme se fue construyendo la historia, empecé a darle vueltas al mundo de la literatura adolescente y en todas había algo de Alicia en el país de las maravillas, en todas había mensajes de gente externa que le dice al personaje principal cómo tiene que hacer las cosas, como de paternalismo, que es una de las cosas que hemos intentando huir sin huir. En la función todos los personajes son gente que le dice cómo tiene que vivir, hasta que Antonio Carlos se rebela y dice, “¡Dejadme en paz! Que el protagonista soy yo”. Todo eso lo metes en un saco, vas escribiendo escenas y sale lo que sale (Risas) Hay un montón de referentes dados la vuelta. En un mundo más caótico, de pastillas de discoteca, que entronca directamente con Alicia. Todas esas imágenes se meten ahí de forma muy caótica.

Durante el proceso fuimos encontrando la parte artística sin ser sentimentaloides, pero a la vez sin dejar de serlo; sin ser moralista, pero no dejando de serlo; sin ser paternalista, pero siéndolo, porque forma parte de la esencia de alguien que está creciendo. Las voces interiores, los Pepito Grillo.

FDH.- Creo que hay algo del mundo Disney distorsionado que uno absorbe cuando es pequeño, con los primeros relatos, y que en los momentos más difíciles de adolescencia surgen. Recuerdo una borrachera en la que, mientras vomitaba, me venía a la cabeza el naufragio de Pinocho (Risas) y es que creo que hay algo de estas cosas que se te queda grabado en el cerebro cuando eres pequeño y que en momentos así, de medio caos, de cercanía con el miedo, lo raro o la muerte, aparecen recurrentes y distorsionadas. No es ninguna tontería. De hecho para mí el paso a la madurez tiene que ver con ser capaz de reinterpretar esas historias, esas ficciones que se te quedaron grabadas desde pequeño.

TM.- ¿Tu hermano ha visto Scratch? ¿Cómo reaccionó al ver su historia puesta en escena?

JL.- Se emocionó, no lo esperaba. Vino a verla al estreno, con amigos de aquella época, y fue muy curioso, según me contaban después, como uno a uno fueron emocionándose. Iban cayendo dependiendo del momento que tocábamos. Es que los personajes que aparecen son reales.

TM.- ¿Y el público qué percibe, qué os cuenta, qué siente?

FDH.- A mí lo que me ha dicho mucha gente es que siente que es una historia necesaria, que conectan con la honestidad de contarla y que eso la hace emocionante. No en un sentido sensiblero, si no que te toca, te mueve, que entusiasma. La gente lo disfruta bastante.

JL.- A mí lo que más me gusta es que me digan que es un viaje, que te vapulea y lleva por sitios inesperados. Me gusta que me digan eso porque es algo que ha salido de por sí, que no es decidido mentalmente por nosotros, sino que la naturaleza de la historia lo tiene.

Hay muchas veces que vas a ver una obra e intuyes por dónde te van a llevar y te preparas para cuando venga la anagnórisis y digas “Ah! Muy bien! Lo han hecho perfecto porque esto es lo que tenía que ser” Esta función tiene algo que hace que no sepas por dónde te va a llevar, de repente se rompe, entra un obispo, de repente te paran y te matan… hay algo que tiene que ver con lo que le pasa a él, que es un viaje onírico brutal e inesperado.

Texto José Antonio Alba.

Escrito por
José Antonio Alba
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